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Defensem la llengua

dilluns, 8 de febrer del 2016

Sobre els orígens del terme "Països Catalans"

 Arnau Gonzàlez Vilalta és l'autor del llibre 'La nació imaginada. Els fonaments dels Països Catalans (1931-1939)', editat per l'editorial valenciana Afers. L'autor hi demostra que Joan Fuster no va ser el primer a teoritzar sobre els Països Catalans. L'autor, com es pot veure en aquesta entrevista en vídeo, situa als anys 20 i 30 del segle 





Bienvenido Oliver i Esteller.
(Catarroja (Valencia), 2 de desembre de 1836 - Madrid, 20 de març de 1912)

Va ser jurista i historiador, es considera un dels primers a usar el terme Països Catalans (com Países Catalanes) en la seva obra:

 HISTORIA DEL DERECHO EN CATALUÑA, MALLORCA Y VALENCIA. CÓDIGO DE LAS COSTUMBRES DE TORTOSA” (1876).



Al estudiar la historia del Derecho en los distintos pueblos que hoy constituyen la nación española, y al comparar las leyes e instituciones políticas, civiles y judiciarias de cada uno de ellos desde un punto bastante elevado para abarcar el conjunto y los detalles, aquello en que convienen y lo que les separa, se observa a poco que se profundice cierta comunidad de usos, costumbres, legislación y tradiciones entre los habitantes de los territorios conocidos con los antiguos nombres de Principado de Cataluña, Reinos de Mallorca y de Valencia, que todavía mantienen como vinculo de unión la misma lengua de origen o de nacimiento, a la cual designaremos con el nombre común y más propio de lengua catalana.

Philippe de Pretot 1787
Este hecho que, si no somos los primeros en descubrir, nadie hasta ahora lo ha proclamado, arroja inesperada luz sobre nuestra historia y sobre el verdadero carácter de los pueblos que podemos llamar de lengua catalana, los cuales aparecen a nuestros ojos como partes de un todo, como miembros de una nacionalidad, no solo dentro de la gran familia española sino dentro de aquel poderoso Estado político, conocido durante la Edad Media, y hasta el siglo pasado, con el glorioso nombre de Corona de Aragón. Aunque unidos desde el siglo XII bajo un mismo cetro el condado de Barcelona y el Reino de Aragón, eran muy diversos entre si estos dos pueblos en hábitos, costumbres y leyes, a pesar de cierta comunidad de origen y de tradiciones. Habiéndose realizado aquella unión por el matrimonio del Conde Barcelonés con la hija del Rey Ramiro, tubo el carácter de personal la unión de los dos Estados, bajo la dominación de Ramón Berenguer IV durante su vida y bajo la de sus sucesores después, sin alterarse en lo mas mínimo la respectiva constitución política de cada uno de dichos Estados ni sus peculiares leyes y costumbres. Los diferentes actos relativos a esta unión, celebrados entre el Rey de Aragón y el Conde de Barcelona, el testamento de este y finalmente, la donación otorgada por Doña Petronila a favor de su hijo Ramón, que tomo el nombre de Alfonso II, confirman de una manera indudable que el Soberano de la Marca Hispánica (Ramón Berenguer) adquirió la corona del reino de Aragón, ejerciendo sobre este territorio las prerrogativas inherentes a ella, pero respetando siembre las leyes fundacionales del nuevo Estado que era llamado a Gobernar.

Así que, guardadores celosos del pacto de unión, catalanes y aragoneses jamás consintieron en que las leyes de Cataluña imperasen en Aragón, ni que las de éste gobernasen a Cataluña. Ninguno de estos estados perdió con semejante unión su propia individualidad y autonomía; cada cual continuó independiente del otro; y la asociación de ambos pueblos solo estuvo inspirada en el deseo de afianzar y robustecer la creciente importancia de los mismos y defenderse más fácilmente contra las agresiones de otros Estados cristianos o infieles. Ninguna superioridad política legislativa o administrativa ejercía el Reino, cuya capital era Zaragoza, sobre el Condado de Barcelona ni sobre los Reinos de Mallorca y de Valencia, los cuales estuvieron unidos sin estar incorporados, pues cada cual conservó sus leyes e instituciones particulares. Y si bien en Monzón se reunieron periódicamente las Cortes del Reino de Aragón, Las Corts de Cataluña y las Corts Valencianas, de semejante reunión no resulto una asamblea general de todos los representantes de los distintos pueblos allí convocados, pues fuera de las sesiones generales y solemnes, como las de “solio”, a las que asistía el Rey, las tres asambleas se congregaban y deliberaban con entera independencia unas de otras, como pudieran verificarlo en sus respectivos Estados, de tal suerte, que discutían aisladamente de las proposiciones que el Rey dirigía a las Cortes y los proyectos de Ley (Constituciones) que las de cada Reino sometían al soberano “placet” del monarca.

Pero no haber tenido presente la especial fisonomía y diverso carácter que dentro de la confederación de Estados, titulada Corona de Aragón, ofrecen los pueblos de lengua catalana y el Reino propiamente dicho de Aragón, han incurrido en muchos errores reputados historiadores y doctos jurisconsultos, de los que no es el menos grave el atribuir las mismas instituciones y el mismo espíritu jurídico a todos los Estados regidos por el Soberano que ostentaba como primero de sus títulos el de Rey de Aragón.

Ferran II presidint les Corts Catalanes. 
Frontis d'una edició incunable de 1495
de les Constitucions catalanes.
La legislación aragonesa, por primera vez codificada en las Cortes de Huesca de 1247, lejos de ser, como algunos han supuesto, le ley común de Cataluña, Mallorca y Valencia,  apenas influyó en las instituciones políticas y civiles de los pueblos donde se hablaba la lengua catalana. Examinando los diversos códigos, costumbres y usos de estos últimos pueblos durante el siglo XIII, descubrimos en ellos grandes y notables analogías, que demuestran que todos obedecían al mismo impulso, que todos pertenecían a un mismo ser moral, que vivían con vida propia, que pensaban y obraban guiados por instintos y pasiones determinadas, desarrollándose dentro de una misma atmósfera moral y física bajo la influencia de idénticas creencias, de iguales intereses, de un mismo clima, y de una situación geográfica que hace fáciles las reciprocas comunicaciones; en una palabra, que todos esos pueblos, que como sello exterior e indeleble se valen de la misma lengua para expresar sus sentimientos y sus ideas, desde los Pirineos al rió Segura, y en las Islas del Mediterráneo, formaban y constituían una verdadera nacionalidad.

Poco importa que, merced a distintas causas, en unos países se mantenga más vivo que en otros aquel carácter común. El fondo siempre permanece idéntico. Si el Reino de Valencia no conserva en toda la extensión de sus antiguos límites territoriales aquel espíritu de origen, debido es, parte a que para la conquista y repoblación del mismo contribuyeron los aragoneses con elementos casi iguales a los catalanes, logrando los primeros algunas veces equilibrar la influencia de estos, de lo cual son prueba, en la legislación, cierto espíritu feudal, y en el idioma el uso en varios pueblos de la lengua aragonesa; y en parte a la transformación fundamental que sufrió dicho Reino a consecuencia de la apasionada abolición total que de su legislación propia hizo el Rey Felipe V al terminar la guerra de sucesión. Mas ni la influencia aragonesa, ni este rudo golpe que llevo a cabo el nieto de Luis XIV derogando uno de los Códigos más perfectos de Europa, han impedido que los pueblos de lengua catalana del Reino de Valencia protesten de aquella violencia en la forma que han podido, y que vuelvan siempre con amor los ojos a sus hermanos de Cataluña y de Mallorca.
A pesar de tales vicisitudes, unos y otros continúan formando todavía un solo pueblo distintos de los demás que componen la gran familia española, sin que pretendan romper por eso los lazos políticos con que la divina Providencia ha querido unirles a los restantes de la Península para constituir un Estado mas grande y poderoso.

Al señalar este tan importante hecho de la historia interna de nuestra patria, debemos manifestar sinceramente que nada se halla mas lejos de nuestro animo que suscitar recelos, rivalidades y odios que parecen haberse extinguido para siempre. Puesta la mirada en el porvenir de nuestra patria, consideramos como bien todo lo que tienda a unir a los pueblos, siempre que la unión sea fruto del convencimiento y de la libertad, no cuando sea resultado de la fuerza y del despotismo, que ahogan la manifestación de los sentimientos individuales. La aspiración a la unidad fue ya proclamada por Jesucristo al mandar a sus discípulos que predicasen una sola doctrina por todo el mundo para la regeneración humana, y esa misma aspiración en el orden político y social se deja sentir también en el fondo de los pueblos como rumor sordo precursor de grandes transformaciones. Mas para realizarla, no han de emplearse como medio la absorción ni la centralización: han de buscarse por el contrario en la armonía de todas las voluntades y de todas las tradiciones locales. Aspiramos, por consiguiente, al emprender estos trabajos a que se estudie, reconozca y proclame por todos cuantos han de influir en la gobernación del país el carácter peculiar de los pueblos de Cataluña, Mallorca y Valencia, a fin de que sirva de punto de partida y dato esencial para cuando haya sonado la hora de asentar en España sobre firmes y sólidas bases la constitución política y civil de nuestra desasosegada nación, en armonía con las gloriosas tradiciones jurídicas de aquellos países y con las nuevas doctrinas y necesidades sociales de la época. Aspiramos, en fin,  a que se conozca la enérgica y robusta nacionalidad que en nuestra Península ha estado de antiguo acostumbrada, a unir prácticamente y en todas las esferas de la vida la justicia con libertad.

Ni el señalar esta distinción ofrece el menor peligro para la confraternidad que ha de existir entre los miembros de una nación ni para la total integridad del Estado. Si existe, en vano será desconocerla, negarla o sofocarla bajo el peso de la fuerza material; porque aparte de que los hechos reales no dependen de que los afirmemos o neguemos, la ignorancia o violencia solo producirán gérmenes de perturbación general, que podrán vencerse hoy, pero que renacerán mañana bajo nueva forma. Por el contrario, si cada miembro de la nación, si cada uno de los pueblos que han venido a construir la España moderna se ve considerado y tratado a su propio carácter, manifestado este conjunto de las instituciones, leyes y costumbres a cuya sombra ha vivido y prosperado durante largos siglos, lejos de tener interés en romper los vínculos que le unen a un Estado que así sanciona y respeta su personalidad particular, se apresurara a fortalecerlos, toda vez que dentro de el puede satisfacer todas sus legitimas y naturales aspiraciones. 

Compuestas las naciones como España, de antiguos y distintos organismos, que, semejantes a los individuos de una dilatada familia, son mayores de edad unos, menores otros, activos los de allá, indolentes los de acá; acostumbrados los de ciertas comarcas a esperarlo todo de la autoridad, y faltos por consiguiente de iniciativa; habituados los de otras a contar solo con sus fuerzas individuales, ¿será justo ni razonable que a todos se les mida con igual rasero, que se les obligue a caminar al mismo paso y a vivir sujetos a iguales trabas y tutelas? De ningún modo. Lejos de eso, debería reconocerse a cada uno su carácter particular, subordinado al común y superior del Estado. Así se cumplirá aquella ley de la naturaleza de hallar en la unidad la variedad, que es también ley del Derecho moderno. Porque hemos de proclamar muy alto que han acabado para siempre, y están condenadas por la ciencia, las escuelas inspiradas en el absolutismo monárquico o revolucionario, que por medio de una irracional centralización conducen a la muerte de la libertad individual para imponer el ciego vasallaje o la niveladora igualdad. Acabáronse también los patrones y modelos a que se pretendía sujetar mecánicamente las instituciones de los pueblos. 

Hoy es otro sendero de la ciencia del Derecho. Los problemas relativos al Gobierno de los Estados no se resuelven ya a priori por las formulas vacías del subjetivismo filosófico: se resuelven penetrando en las entrañas de los pueblos para quienes se trata de legislar, estudiando sus verdaderas y serias tradiciones, conociendo, en fin, su manera de vivir y de desarrollarse. Solo teniendo estos datos será como podrá darse a los pueblos aquella organización mas conforme con su naturaleza, y en armonía con el ideal de la ciencia moderna, la cual tiende precisamente a consolidar la libertad total y sustancial del hombre y de los organismos morales dentro de la existencia y fin superior de la sociedad. Por eso, al fijar las relaciones del Estado con los diversos pueblos que la componen, tiene rigurosa aplicación la ley de la variedad en la unidad, realizándose esta por medio e la uniformidad de las instituciones políticas fundamentales, para que el espíritu nacional se fortifique y sirva de vinculo entre todos los individuos del Estado, y asegurándose aquella – la variedad – por medio de instituciones propias y peculiares, para que la nativa energía de los pueblos que forman la totalidad de la nación se desarrolle libremente, marchando sin trabas ni estorbos por la senda mas adecuada a la respectiva naturaleza del ser, sin que la actividad del uno moleste a la negligencia del otro, ni se vean contrariados en sus gustos y vocaciones los que de inmemorial los tienen diferentes y aun opuestos.

Desvanecido el recelo que pudieran algunos abrigar contra la tendencia a que obedecen las anteriores observaciones, y volviendo a la ley histórica que hemos deducido del detenido estudio de los monumentos legales formados en Cataluña, Mallorca y Valencia durante el siglo XIII, hemos de reconocer que entre todos esos pueblos existen y han existido desde el principio, vínculos comunes que atestiguan la comunidad de usos, costumbres e instituciones, la cual en el orden histórico forma las naciones nuevas, del propio modo que en el fisiológico crea las variedades de la humana especie.

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